Arturo Fernández es uno de esos actores a los que el encasillamiento les sienta bien. Tras décadas de carrera teatral en los que su figura se ha asociado a la del caballeroso galán de finos ademanes que hace de la seducción el eje central de su existencia, resulta complicado imaginarlo en papeles diametralmente opuestos.
El propio Arturo Fernández es consciente de que el personaje se ha adueñado en cierto modo de la persona, y lejos de rebelarse tratando de demostrar su habilidad para llevar a cabo otros registros interpretativos, se siente cómodo en su imagen de galán atemporal y busca sacarle el máximo partido.
Sabedor de que cuenta con una fiel legión de seguidores que lo admiran por su capacidad para dar vida a esa figura del seductor, su auténtico reto consiste en dar a ese público lo que espera sin llegar a caer en la repetición permanente de un mismo papel.
En su última obra teatral (actualmente en Madrid) «Alta Seducción», la comedia en la que Arturo Fernandez vuelve a enfrentarse a dicho reto, se cuenta la historia de un hombre algo más que maduro que se enamora de una mujer notablemente más joven que él.
En su deseo por impresionarla y ganarse su favor, una de sus prioridades consiste en ocultarle su verdadera edad, lo que termina por provocar todo tipo de situaciones cómicas que frecuentemente desatan la carcajada del público. Un público, por cierto, que ha respondido de forma espectacular, demostrando que a sus 88 años, Arturo Fernandez sigue siendo un actor con un tremendo tirón en taquilla.
La obra se encuadra en el género conocido como alta comedia, y en ella, además de los códigos habituales de la comedia amorosa convencional, se integran ciertas pinceladas de crítica política y social que sin duda la dotan de mayor profundidad y la despojan de la posible imagen de sainete intrascendente que puede tener el espectador antes de enfrentarse a ella.
En el escenario, la réplica a un Arturo Fernández que es el alma de la representación, viene de mano de la actriz Carmen del Valle, que tiene la nada fácil labor de no caer fagocitada ante la arrolladora presencia y personalidad del actor asturiano. Una labor, por cierto, que cumple con nota, y que permite que el público disfrute de una pieza teatral divertida y sin grandes aspiraciones, a cargo de dos grandes intérpretes que representan épocas distintas.